domingo, 23 de febrero de 2014

Xenofobia: la invasión silenciosa

Ricardo Nasif

Anualmente miles de familias bolivianas emigran a nuestro país en busca de una esperanza. Son empleados, incluso desde muy pequeños, en la construcción, en el agro, en talleres textiles, en casas particulares y en otros tantos trabajos en los que excepcionalmente pueden ejercer plenamente sus derechos.

De acuerdo con una encuesta del INADI realizada en el 2013, los migrantes son percibidos como uno de los colectivos sociales más discriminados y las personas de nacionalidad boliviana el grupo más afectado.

Muchas veces este intento de exclusión social -y las falacias que la sustentan-, lejos de recibir el repudio de los medios de comunicación dominantes, es fogoneada con más leña pseudoinformativa que se tira sobre el fuego de los prejuicios.

Hay antecedentes periodísticos de nuestro pasado reciente en los que las conductas xenófobas han sido parte de líneas editoriales explícitas. Por ejemplo, en abril de 2000, la revista La Primera de la Semana, propiedad de Daniel Hadad, publicó en su tapa, bajo el título “La invasión silenciosa”, que “los extranjeros ilegales ya son más de 2 millones. Les quitan trabajo a los argentinos. Usan hospitales y escuelas. No pagan impuestos. Algunos delinquen para no ser deportados. Los políticos miran para otro lado.”

Sin modificar un ápice podría haber sido un artículo que nos preanunciara las tapas de la revista Barcelona, pero lamentablemente el periodismo de Hadad, lejos del sarcasmo y la ironía contra el poder fáctico, legitimaba seriamente desde un medio de comunicación los preconceptos instalados en buena parte de la sociedad, agitándolos, sembrando el odio entre los sudamericanos, mientras les dispensaba el mejor de los tratos a los capitales también extranjeros, pero de Estados Unidos y Europa, que se repartían la carroña de aquella Argentina del 2000.

Con los años las estrategias del odio racista mediático y del negocio de la discriminación se han sofisticado. Hoy muchos medios digitales, bajo el falso ejercicio de la libertad de expresión, incitan a la violencia verbal de los lectores desde las extensiones de sus páginas.

Recientemente, Martiniano Nemirovsci, periodista de la Agencia Télam, puso la atención en la utilización de los foros de opinión de los diarios digitales como un espacio de ejercicio del racismo desembozado.

“Una noticia falsa publicada por el sitio web del diario La Nación sobre el supuesto corrimiento de la frontera boliviana-argentina motivó una catarata de comentarios xenófobos que aún pueden verse online. Lejos de ser un descuido, la decisión de no moderarlos indica que la centenaria "tribuna de doctrina" delega en sus lectores/usuarios las opiniones injuriantes que evita hacer propias.”, señala Nemirovsci.

No sólo mintió La Nación (una mentira más y van…) sobre un supuesto corrimiento de la frontera argentina con Bolivia, que habría derivado en la exigencia del traslado de 17 familias, sino que además aprovechó la oportunidad para que los foristas despacharan los comentarios más despiadados contra nuestros hermanos bolivianos, amparados por la impunidad del anonimato que les proporciona el mismo diario.

Días más tarde nos llegó la información de la represión del Estado español sobre migrantes africanos que desesperadamente pretendían llegar a nado hasta el enclave colonial de Ceuta, de la que resultaron por lo menos 14 muertos.

Vinculando ambas noticias, podríamos preguntarnos entonces, ¿qué sucede en una sociedad cuando decide pasar de las palabras a las armas, del agravio verbal al asesinato?, ¿cómo se da el proceso histórico que deriva en la legitimación de las matanzas de inmigrantes realizadas con balas del Estado?, ¿qué debemos hacer para evitarlas?

Eugenio Zaffaroni nos enseña, en un trabajo galardonado en el 2009 con el premio más importante de la criminología a nivel mundial, que los genocidios son el resultado de una construcción sociohistórica y que no basta con un golpe de Estado para consumarlos. Previo a que las violaciones sistemáticas de los derechos humanos se materialicen, se dan en el seno de la comunidad procesos de legitimación social de la violencia, entre ellos la aceptación de la supuesta superioridad étnica de un grupo humano sobre otro.

Los genocidas no son por tanto sicópatas sueltos, ni antisociales, sino criminales que se sienten representantes de valores sostenidos por una parte de la comunidad que dicen defender y que, en nombre de la superioridad racial por ejemplo, cometen las peores atrocidades.

Por eso es imprescindible juzgar los genocidios del pasado, -como ejemplarmente lo está haciendo la Argentina- y también frenar los pequeños pasos que pudieran justificar las violaciones a los derechos humanos en el presente y en el futuro.

No hay que bajar la guardia, siempre los crímenes de Estado dan su primera pisada en la manipulación del discurso social y la xenofobia les viene como anillo al dedo.

Fuentes consultadas:

-Mapa Nacional de la Discriminación 2013
http://inadi.gob.ar/wp-content/uploads/2014/01/mapa-de-la-discriminacion-20131.pdf

-Una doctrina para (encender) la tribuna
http://www.telam.com.ar/notas/201401/49955-una-doctrina-para-encender-la-tribuna.html

-El crimen de Estado como objeto de la criminología
http://danielafeli.dominiotemporario.com/doc/ZAFFARONI_CRIME_DE_ESTADO_COMO_OBJETO_DA_CRIMINOLOGIA_em_esp.pdf

La Quinta Pata

No hay comentarios :

Publicar un comentario