domingo, 7 de septiembre de 2014

Reseña histórica de las danzas nativas argentinas

Eduardo Paganini (Baulero)

Varias generaciones argentinas atravesaron las páginas del Manual de ingreso[i] del Prof Berrutti, diseñado especialmente para prepararse con cierta expectativa de éxito en vistas a los exámenes que posibilitaban, en nuestro país, la inclusión o la exclusión de la formación escolar de la escuela secundaria. Abordando otro rubro, el autor elaboró una obra didáctica pensada para quienes desearan incorporarse al mundo de la coreografía tradicional del folklore: el Manual de danzas nativas, del que transcribimos algunos conceptos introductorios, con la intención de profundizar en próxima entrega material sobre danzas que se cultivan en Cuyo.

Reseña histórica de nuestras danzas.

Desde los primeros tiempos de la colonización los españoles trajeron al Nuevo Continente sus danzas, junto con otras europeas que conocían. Entre ellas pueden mencionarse, a solo título de ejemplo, la Chacona, la Gallarda, la Zarabanda, el Agua de Nieve, el Paspié o Pasapié, el Minué, etc., en el Perú; la Seguidilla, el Fandango, el Zapateo o Zapateado, la Tirana y el bolero en Chile; el Minué, la Contradanza y la Gavota en los salones de Buenos Aires, y el Fandango, la Cachucha y el Bolero en los ambientes populares de la misma ciudad.

Uno de los bailes más difundidos en la región de Buenos Aires, en el siglo XVIII, fue el españolísimo Fandango, muy movido y picaresco: y tanto, que en 1743 el obispo José de Peralta Barnuevo y Roche lo prohíbe, “bajo pena de excomunión mayor” con gran descontento de los alegres cultores de la danza; diez años más tarde el Cabildo Eclesiástico se expide manteniendo la prohibición y sólo en 1776 pueden aquéllos volver a bailarle libremente, cuando el Gobernador Vértiz —que más tarde sería el brillante virrey de las luminarias—, levantó la interdicción y autorizó su práctica, entonces, naturalmente, con gran indignación del clero. El Rey de España, llamado a dirimir la cuestión, le puso fin en forma terminante: prohibió el Fandango y otros bailes picarescos; pero ya todos ellos hablan dejado su herencia a los hijos del país.

Con el correr del tiempo, a medida que el elemento social se iba modificando por el incremento del número de los nativos americanos —los criollos— que acumulaban caracteres y gustos diferentes a los que tenían los peninsulares, las danzas españolas y europeas fueron sufriendo un proceso lento de adaptación, de “acriollamiento”, comenzando a bailarse “a la manera del país”. Según varios autores, está probado que ya en el siglo XVIII se bailaban en la América hispana danzas que no eran españolas ni indígenas.

Ya entrado el siglo XIX, y especialmente a partir de la época de la revolución e independencia, los criollos, en base a los elementos musicales, coreográficos, poéticos y argumentales de las antiguas danzas españolas y europeas, crean o recrean otros de neto sabor vernáculo, dándoles nuevos nombres y especiales características, Así nacieron, dentro de nuestro país o en los vecinos, muchas de nuestras danzas tradicionales, gestadas colectiva y anónimamente, sin autor o autores determinados.

Sobre el particular dice la Sra. Ana S. de Cabrera, concertista de guitarra, en su obra Rutas de América: “En una audición privada que ofrecí en Sevilla, en 1927, y a la que asistió el gran compositor don Manuel de Falla, al escuchar éste nuestras canciones y ver cómo se bailaban nuestras danzas manifestó su admiración por el talento transformador y a la vez creador de que hacía gala el intuitivo músico de la América hispana”.

La influencia indígena se hizo notar en nuestros bailes en grado mucho menor que la española y europea, y la única de valor es la incaica. Viejas danzas y canciones de los incas, como la Kashua —que se bailó acriollada en los salones peruanos, en la época del Virreinato—, el Kaluyo y el Huayno, se mestizaron con las europeas y dieron origen a formas más modernas que han llegado hasta nosotros.

Los otros pueblos indígenas de nuestro territorio tuvieron muy escasa o ninguna influencia sobre nuestras danzas.

Es de hacer notar que la lengua quichua intervino en la composición de las letras de algunas danzas criollas, tales como la Arunguita, la Lorencita y el Pala Pala, dando así origen a textos bilingües quichua-castellanos.

Muy poco influyeron los negros en la formación de nuestros bailes tradicionales. Practicaron ellos siempre sus “danzas de tambor” — a pesar de la prohibición del Gobernador Vértiz en 1770—, y su aporte tuvo poca significación; Aretz dice que posiblemente la herencia mayor que nos dejaron sean ciertas formas de tocar el bombo y el tambor criollos.

Centros de irradiación

El más antiguo fue el Perú, cuya capital Lima, fue ambiente propicio para las creaciones picarescas y vivas. De allá nos llegaron muchas danzas que pronta arraigaron en nuestro suelo, siguiendo la vía Chile-Cuyo, la de Bolivia, o ambas a la vez. Entre ellas podemos citar: el Gato, la Zamacueca (progenitora de la Zamba, la Cueca, la Chilena y otras danzas), el Bailecito, etc.

Estas danzas picarescas se difundieron en mayor o menor grado por nuestro territorio, y muchas alcanzaron a llegar hasta la ciudad de Buenos Aires, donde se cultivaron en los ambientes populares, pero sin hallar acogida en los circunspectos salones.

El otro gran centro de irradiación fue la ciudad de Buenos Aires, en cuyos salones no hallaron ambiente propicio las danzas europeas picarescas sino las serias, graves y cortesanas, tales como las Contradanzas (española, francesa, inglesa), el Minué, la Gavota, las Cuadrillas, etc. Allí y en su campaña, se originaron, en los albores del siglo anterior, el Cielito y sus derivadas — el Pericón y la Media Caña—, congéneres las tres de las Contradanzas europeas. También en este centro apareció, un poco más tarde, el Minué Federal o Montonero.

Resulta tarea harto difícil tratar de encerrar a las andariegas danzas en determinadas regiones, según su vigencia. Pese a lo rudimentario de los medios de comunicación, los bailes se difundían prontamente, conquistando nuevas zonas, ora alcanzando gran popularidad y permanencia en unas, ora decayendo o desapareciendo en otras. No obstante, y hablando sólo en términos muy generales, podemos intentar una clasificación de las danzas según el lugar de origen o aquel en que tuvieron mayor arraigo, dividiendo al país en las siguientes zonas, de límites muy elásticos:


1. Rioplatense, bonaerense o pampeana
4. Del noroeste, con una subregión que corresponde a. la. provincia de Jujuy
2. Litoral
5. Cuyana: San Juan, Mendoza y San Luis
3. Central
6. Patagónica
Consúltese el mapa anexo y véase qué danzas se bailaron en cada una de las zonas.

Los bailes europeos de pareja enlazada.

El primero que llegó al país fue el Vals; entró por Buenos Aires, hacia 1800, y tuvo escasa influencia. Pero a mediados del siglo anterior entraron triunfalmente la Polca, la Mazurca, la Habanera y otros, y bien pronto tuvieron general aceptación, tanto en los salones de la mayoría de las ciudades como en la campana, influyendo notablemente sobre el acervo coreográfico vernáculo y contribuyendo a su decadencia.

Ventura R. Lynch, refiriéndose a la provincia de Buenos Aires, escribe en su folleto de 1883 este interesante párrafo: “Hoy, la gran cantidad de organitos que explota nuestra campaña, ha introducido entre el gauchaje el wals [sic], la cuadrilla, polka, mazurka, habanera y shotis”.

Las danzas criollas en la actualidad.

Pocas son las que aún conservan, y esto en contadas regiones, su vigencia natural, es decir, que se practican espontáneamente entre la población sin mediar la acción de maestros, folkloristas o tradicionalistas. Éstas son las que pertenecen al folklore vivo, y entre ellas podemos citar al Gato, a la Chacarera, a la Zamba, a la Cueca y a pocas más. La mayor parte de nuestras danzas ya no se practican “naturalmente”; cayeron en el desuso, si no en el olvido, y constituyen elementos del folklore extinto, que la obra de los cultores de la tradición trata de revivir.

Algunas danzas dejaron de bailarse en diversas épocas del siglo pasado y en fechas distintas según las regiones, como se verá al estudiar cada una en particular. Fueron numerosas las que llegaron hasta el fin de la centuria, pero la mayoría no pudo perdurar mucho más, y entre 1900 y 1930 dejaron de practicarse en forma natural.

Felizmente, merced a los estimables y fecundos trabajos de músicos, recopiladores y tradicionalistas, en primer término, y luego de esforzados y metódicos folkloristas y musicólogos se ha podido llegar a conocer a fondo la mayor parte de nuestras danzas, principalmente con la ayuda de los recuerdos de los viejos músicos criollos.

Afortunadamente también, nunca faltaron en el país tradicionalistas y amigos de las cosas nuestras, y a ellos se debe la práctica permanente de las danzas en los ambientes cultos cuando aquellas habían perdido su vigencia natural. Fueron ellos quienes además bregaron incansablemente por crear en el pueblo la conciencia de que, heredero de un extraordinario acervo danzante, no debía dejarlo perder, sino conocerlo y practicarlo. Su prédica constante, inflamada siempre de patriótico ardor, fue ganando más y más adeptos, y desde hace varias décadas existe un movimiento que tiene por objeto, al par que difundir el conocimiento de nuestras danzas tradicionales y su exhumación, ponerlas de nuevo en vigencia. En todo el país se crearon multitud de centros y sociedades nativistas y tradicionalistas que se sumaron a la gran cruzada para repopularizar las danzas argentinas, y el público —especialmente el de las ciudades y en primer término el de Buenos Aires—, ha prestado entusiastamente su concurso a tan meritoria acción. Son muchos ya los que bailan nuestras danzas, y esperamos que en un futuro próximo éstas alcancen el grado de difusión que merecen, junto a las de procedencia extranjera que hoy priman.

Permítaseme aquí una breve digresión. Muchas personas creen que los tradicionalistas quieren eliminar a toda costa el tango, el fox y las demás danzas que hoy gozan del favor popular, y reemplazarlas por las vernáculas. Nada más lejos de la verdad; nadie tiene el propósito de quitar al pueblo lo que le agrade sea nacional o extranjero; lo que se desea es que no se olvide lo nuestro, que la gente conozca y practique nuestras danzas tradicionales sin dejar por eso de bailar las demás. Así ya lo entienden muchas personas, y por mi parte creo que ha de llegar el día en que en las reuniones danzantes calificadas —y también en los programas bailables radiotelefónicos — se estile, entre sesiones de típica y jazz, intercalar otras de danzas criollas.

Escuela Nacional de Danzas.

Creada en 1948, es actualmente el único establecimiento nacional en el país que prepara profesores de danzas folklóricas; otorga título de validez nacional que habilita para dictar cátedras en los establecimientos enseñanza. Tiene sede en Buenos Aires, en la calle Esmeralda 285.

Fuente: Pedro Berrutti, Manual de danzas nativas: Coreografías, historia y texto poético de las danzas, Buenos Aires, 1979, 12ª edición, Editorial Escolar. T I.

Ilustraciones: Fandango https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Fandango#mediaviewer/File:The_Fandango.JPG

[i] El texto prosigue vigente con 86 ediciones, y se ha actualizado su título: Manual de ingreso al 3er ciclo de la EGB. Para el lector que desee mayor información: http://www.editorialescolar.com/pedroberruti.html

La Quinta Pata