domingo, 29 de abril de 2012

No es la muerte, es el muerto

Ramón Ábalo

No siempre la muerte es cruel. Hasta puede ser una bendición para los que sufren físicamente esos dolores extremos del cuerpo que, finalmente, avanzan subrepticiamente sobre el alma. Pero también para los que están en la cúspide de un “ranking” de la "canalla humanidad", los que, como los genocidas, los autores de crímenes de lesa humanidad, los que usurparon el poder y la vida y la muerte de gran parte de los argentinos. Y entonces ya no es la muerte, sino el muerto el que se arrastra hacia la cima del infierno que cantara el Dante. Como el Bussi tucumano, este Mario Ramón Lépori, ya estaba muerto mucho antes de esta muerte. La memoria los precipita a la nada en un anclaje del futuro pero los perpetúa para siempre en lo que ya no serán. Ni siquiera la muerte, esa que ya no les será propia, porque lo único que muere es la vida. Sus víctimas sí eran la vida y lo son aún en la muerte porque se perpetúan en la memoria de un pueblo que vive en rebeldía y afán libertario.

Esta vez, para este caso, la muerte, aunque parezca una paradoja - que no lo es - es valor petrificado de la irracionalidad y el bestialismo humanos. Ni el infierno les será dado.

Mario Ramón Lépori dejó de ser a los 87 años de edad el 23 de abril. Fue el líder del ejército en Mendoza, acusado de haber ordenado y participado activamente en torturas, asesinatos, secuestros y desapariciones de cientos de militantes populares en centros clandestinos de detención, de los que era responsable directo en su condición de subjefe de la zona 33, bajo las órdenes del genocida Luciano Benjamín Menéndez. Fue llamado a declarar en los llamados juicios por la verdad, que los organismos de derechos humanos pudieron lograr en su lucha contra las leyes de impunidad. Fueron juicios en un plano solamente ético, sin poder de imputabilidad ni punitivos, pero fueron el prolegómeno a lo que siguió cuando dichas leyes fueron anuladas por el congreso de la nación. Entonces, afirmó cínicamente que "Mendoza era un oasis de paz", cuando ya se sabía de los crímenes de lesa humanidad que se cometían, a la que la provincia no era ajena. En el 2010 fue imputado por aquellos delitos, primero en el juicio de San Rafael y en el reciente - hace un año - en el ámbito de la justicia federal de aquí en Mendoza. Por su estado físico ya había sido eximido de declarar "por razones de salud", pero condenado a detención provisoria en su domicilio. Tuvo responsabilidad también en la represión en la provincia de San Luis, en la delegación de la policía federal. En 1979 había asumido como comandante de la VIII Brigada de Infantería en nuestra provincia. De haber podido ser procesado habría recibido la pena de prisión perpetua a cumplir en cárcel común. No obstante, tras de sí deja algunos acongojados que expresaron su "profundo dolor" en los obituarios mediáticos. Entre ellos Pérez Guillhou, afamado constitucionalista, que fue ministro de educación de Onganía, sostén ideológico de los genocidas, y su hijo Pérez Hualde, honorable ministro de la suprema corte de justicia de Mendoza.

Fue victimario de dos poetas: Paco Urondo y el que fuera también periodista y poeta ingenuo y amigo mío, Aldo Casadidío, caídos en la represión por haber puesto sus pechos por la causa de la solidaridad humana. Los que son honrados en la memoria de millones y millones de argentinos. Nada menos.

La Quinta Pata, 29 – 04 – 12

La Quinta Pata

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